28 de noviembre de 2014

Democracia y consecuencias

La idea de fondo del president Mas para completar el proceso soberanista tras la consulta del 9N resulta impecable: unidad de fuerzas cívicas y políticas para conseguir una victoria clara, rotunda y sin ambigüedades. Una victoria que permita a las fuerzas independentistas, en una breve legislatura (18 meses), crear las estructuras de estado y la constitución catalana necesarias para la proclamación de la independencia. Sin duda, la propuesta de Mas es un experimento democrático que aporta una propuesta concreta de especial interés: aparcar la lucha partidista, por una vez y por poco tiempo, para concentrar los esfuerzos en un objetivo común.

Veremos estos días a los partidos independentistas enfrascados en el empeño de encontrar la mejor fórmula posible para configurar esa unidad. Pero al margen de los detalles de la fórmula final, será difícil que las fuerzas independentistas ignoren la premisa básica que flota en el ambiente: compromiso de unificar fuerzas y esfuerzos en un momento trascendental. Hay que contar, por tanto, con la posibilidad de que las elecciones plebiscitarias se convoquen en breve. Mas ha condicionado esta convocatoria a la creación de al menos una lista unitaria con clara capacidad de victoria. 

También es previsible que PP y PSOE mantengan su posicionamiento actual en relación a Catalunya hasta pasadas las elecciones municipales de mayo y las generales de noviembre de 2015. En los próximos doce meses, el PP se mostrará especialmente reticente a iniciar cualquier tipo de contacto con las fuerzas independentistas catalanas por considerar que nada bueno le puede aportar. El inmovilismo practicado hasta ahora por Mariano Rajoy ha sido diseñado para obtener réditos políticos, no para la resolución del problema; por tanto, ahora más que nunca lo mantendrá y lo ensalzará. Por su parte, el Partido Socialista, más allá de las proclamas del estilo Catalunya, t’estimem, tampoco parece muy predispuesto a tomar la iniciativa y definir con mayor claridad y exactitud su modelo federal por el temor a que sus propuestas se diluyan como un azucarillo. 

Así pues, parece lógico pensar que ambos partidos mantendrán hasta finales de 2015 las premisas que hasta ahora han mantenido inalterables: unidad de la nación española, y rechazo al derecho a decidir y a la autodeterminación de Catalunya. Siendo optimistas, podríamos pensar en un posible acercamiento entre unionistas e independentistas en el año 2016, coincidiendo con la fase final de la breve legislatura del gobierno unitario catalán que surgirá de las próximas elecciones anticipadas. Para entonces dicho gobierno tendrá preparada su propuesta de estructuras de estado y constitución catalana para someterlas a consideración del pueblo catalán.

Sin duda éste puede representar un momento de máxima tensión para la sociedad civil catalana y, por primera vez, también para la sociedad civil española. Para los ciudadanos españoles esta ocasión podría suponer un punto de inflexión decisivo ante la constatación del riesgo real de alejamiento de Catalunya.

La sociedad española podría mostrar los primeros síntomas del interés que supone para el Estado español el reconocimiento de la singularidad de Catalunya. Y esta predisposición de los ciudadanos españoles a dar pasos en este sentido se puede convertir en el desencadenante del brote de actitudes más constructivas en los partidos unionistas. En ese caso, estos partidos se verían abocados a reaccionar ante una sociedad civil española con ganas de expresarse y ser escuchada, de la misma manera que lo hizo Artur Mas ante la sociedad civil catalana en el año 2011.

El cambio de percepción sobre el problema catalán por parte de la sociedad civil española podría reorientar el nacionalismo español esencialista practicado hasta ahora hacia tesis más pragmáticas y abiertas. Este factor y la ausencia de comicios electorales en el corto plazo podrían incentivar la toma de decisiones nuevas por parte de los partidos mayoritarios españoles, decisiones como el reconocimiento del derecho a decidir de Catalunya y el avance de su autonomía. 

Así pues, no hay que descartar la posibilidad de que finalmente el gobierno de España acepte la celebración de un referéndum de autodeterminación en Catalunya y formule una contraoferta alternativa a la independencia. Ambas opciones acabarían siendo sometidas a consideración del pueblo de Catalunya gracias a la perseverancia y el entendimiento de la sociedad civil catalana y española.

Sería el momento de la tercera vía, el acercamiento, el diálogo y el pacto que tanto y tantos hemos deseado. Silenciada hasta ahora en el enfrentamiento de las posiciones extremas, la tercera vía aparecería entonces como síntesis de lo posible.

Con independencia del resultado final del referéndum, lo relevante de la experiencia sería el avance que este proceso supondría para la cultura política del país y la calidad de su democracia. Catalunya formaría parte o no de España, no por mandato de la Constitución de 1978, aprobada en difíciles circunstancias al final de una dictadura, sino por decisión libre, sin coacciones  ni amenazas, de sus ciudadanos. Entenderíamos por fin que nada es intocable y que no basta con invocar retóricamente la democracia sino que hay que asumir sus consecuencias. Para entonces, es posible también que hayamos entendido que, sea cual sea el futuro que nos espera, nada es tan grave, ni hay para tanto. 

Ilustración: José Eduardo Benito
Lectura recomendada: "Sobre el nacionalismo español", Carlos Taibo. La Catarata, 2014.
Reforma constitucional: 2016 puede ser demasiado tarde, de José Oneto, 8 de diciembre de 2014